Milagros personaje de la novela corta Malas decisiones

Testigo mudo (relato corto)

Lo vimos en un discreto recinto con luces tenues y pequeñas flores cortadas puestas en muchas mesas. Con la excusa de discutir asuntos de trabajo cenaba con Milagros.

También vimos a más personas sentadas y otras que caminaban apuradas con bandejas en las manos. Seguí a uno, para ver adónde iba, pero no pude pasar al otro salón porque el acceso se abría y cerraba muy rápido, muchas veces. Entonces me quedé en sus recuerdos. Fui más atrás, seguí fibras de esa noche y desde allí pude ver cuándo fue informado sobre el lugar al que debía ir. Supe que su informante llegaría antes para sentarse en una mesa cercana, que había dispuesto todo para poder observarlos de forma discreta y que ellos dos podían mantener su mirada sin despertar sospechas, Milagros había quedado de espaldas a su «amigo»

Milagros personaje de la novela corta Malas decisiones
Milagros, antes de ellos.

Entre risas y confesiones Él se volvía galante, próximo con ella, bajo la mirada atenta del «amigo» quien, con pequeños gestos y sonrisas de aprobación, era el guia del hábil para leer a las personas, pero retraído para jugar tan cerca de otros que no fuera su inseparable, único y capaz de hacerlo sentir cómodo con otra compañía diferente de sí mismo como era el que gobernaba la escena oculto desde la mesa de atrás.

Lo que a ella le parecieron silencios de timidez, torpezas mal disimuladas y miradas al infinito, realmente fueron los gestos de un muñeco que sabía qué decir pero, incapaz de saber cómo hacerlo. Él era manejado por su compañero, quien disfrutaba, por lo eficiente de su dirección, a la vez que se enturbiaba de celos.

Desde esa mesa alejada, proyectaba sus tormentos por vivir la relación asimétrica en la que llevaba mucho tiempo. Ponía todas sus emociones y Él simplemente estaba allí incapaz de sentirlas, de reconocer su presencia humana. Lo idolatraba y sería capaz de cualquier cosa por complacerlo aunque esto significaba vivir enfrentado a sus propios sentimientos. Esta no era la primera vez y nos dimos cuenta que estaba plenamente consciente de que tampoco sería la última. Recordó sus canciones para tranquilizarse.

En la cena las risas se transformaron en dulces sonrisas, esas que se dan al mirar intensamente. Cuando lo percibió salió de su letargo momentáneo para volver a su papel de director de escena y dar la señal. Él contaría la historia de un amor que había cuestionado sus ilusiones.

Milagros ya estaba con sus pupilas redondas, absorta en toda esa atmósfera tan personal que habían creado para ella. Él la miraba, le sonreía, jugaba con una voz llena de emociones, hablaba como en un suspiro sobre el hecho de no haber tenido un apoyo real, le hacía confesiones sin importancia para Él pero, de gran impacto para ella, quien hipnotizada escucha el ritmo e intuye la mirada que le dedica justo antes de perderse nuevamente en la inmensidad. Cuánto sufrimiento pasado veía ella en su mirada perdida, cuánta incomprensión. Se le calentaba la sangre mientras Él le servía con cuidadosos movimientos una copa de vino, con los ojos puestos en su compañero.

Llegaron a lo que llamaron «el postre» y todo el cuerpo de Milagros pedía más, más compromiso, más miradas, más roce. Entonces Él dosifica su actuación y ella queda en un limbo. Bajo la batuta de su director, sigue su historia hasta llegar a insinuar la necesidad de un espacio propio para su causa necesario para llevar todo «el movimiento» como lo llamó «al siguiente nivel». Deja caer la necesidad de desarrollar sus ideas en un lugar más privado, independiente y estable.

El vientre de ella empieza a latir. Él le susurra muy cerca, interrumpe las frases, roza sus mejillas, le sonríe con la voz a ella y con la mirada al de la mesa de atrás, deja entrever cualquier interpretación que creyeran oportuna, parafrasea y manipula aquella canción que, aunque Milagros no conoce, le hace estremecer. «Un lugar con posibilidades» interpretó ella. Su vientre ya late sin control. Su mente empieza a recrear coreografías prohibidas.

Dispuesta a dejarse llevar, un ritmo insensible la saca de aquel estado. Él habla a través de esa pantalla rectangular que se encendió, vibró y que ha estado como testigo mudo en la mesa. Habló con ese objeto que para mí es mortal, su sola presencia origina un sonido que no deja de filtrarse en mis oídos y que me produce mucho dolor, aunque nadie lo toque, aunque no suene su música lúgubre. De no haber sido por las habilidades que me activó La Muerte hubiese sucumbido al estar tan cerca de eso durante tanto tiempo.

Al devolver la pantalla rectangular a su lugar se excusa, cambia de ritmo, vuelve a ser el de siempre, hace alusión a la hora, se muestra nervioso por la presencia de otras personas en el establecimiento, si estuvieran solos, le dice. Del otro lado de la llamada la señal de retirada: su inseparable compañero, quien ya se encuentra en su vehículo, seguro de no ser visible para ella. Era el momento. La magia ha caído en pausa.

Aguardó en silencio, con ganas de que terminara de despedir a su presa. Lo contempla desde lejos, lo mira detener un vehículo a la señal de su brazo, abrir la puerta y despedirla con un torpe roce de labios, así como por accidente, así como si estuviera nervioso por ser descubiertos. Ambos, cada uno desde su posición, observaban como se alejaba la mujer en el asiento trasero del pequeño y compacto vehículo sin mirar atrás, muy decidida a llegar hasta el final, con los muslos apretados, convencida de su fingida necesidad de una mujer capaz de comprender sus razones, esa mujer sería ella, se decía Milagros a sí misma mientras se alejaba.

Él se hacía desear aún más, ella dispuesta a sucumbir se dejará llevar confiada. Comprobamos que Milagros ignoraba que detrás de la luz roja en la pequeña y tenebrosa pantalla rectangular que eternamente los acompañó, estuvo su compañero muy atento, reprimiendo sus auténticas inquietudes.


Extracto de: 

Un encuentro con la Muerte confirmó que ni el amor, ni la supervivencia ni el tiempo son lineales cuando son Ellos los emergentes.


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